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lunes, 24 de enero de 2011

Salud, dinero y amor, amor, amor

(Texto publicado en Victoria Rolanda el 03 de enero de 2011)

Mientras tragás una pasa de uva por cada mes del año y te acomodás la tanga rosa regalo de tu tía abuela te das cuenta que de la lista de objetivos a alcanzar en el 2011 casi el cien por ciento de los deseos rondan en lo mismo: Conseguir un novio cueste lo que cueste. Si no te alcanzaron casi treinta años, ¿te alcanzarán los próximos 365 días?

Últimos minutos del viejo año. En el living comedor, tu abuela te convida de su sidra sin alcohol recomendándotela para el reuma y tu tío viudo amordaza las fauces de la hereje de su novia que se devora el turrón de ostia sin haberse confesado. Justo pegada al lado tuyo y abrazada al gato, tu tía solterona no para de repetirle a tu otro yo -que es el único que todavía la escucha- que ella era igual que vos a tu edad, o sea, sola pero con treinta años menos. ¿Hace falta que otra vez te ponga delante el maldito espejo que venís esquivando cada vez que te la encontrás? ¿No se da cuenta que tener pareja es el único objetivo pendiente del 2010 y de hace varios balances anuales anteriores?
Aunque parece que el último grito de la moda es estar sola por elección vos preferís hacer oídos sordos y seguir eligiendo la opción de que la vida es mejor acompañada.

Segundos antes de las doce, la fotocopia de tu lista de objetivos a cumplir se completa con un identikit pormenorizado de tu príncipe azul, ese que seguramente, antes de probarte el zapatito de cristal, te va a hacer padecer como un ogro: simpático y alegre, muy inteligente y con sentido del humor; que sea muy sociable para caerle bien a tus viejos, amigos, compañeros de trabajo, diariero y verdulero amigo; que en lo posible cocine mejor que vos o como mínimo que cocine; que tenga un titulo terciario o que sea el mejor calificado de la universidad de la vida; que no escuche fútbol los domingos ni te despierte con el zumbido del TC 2000; que sepa que el tamaño de la lágrima que te provoca el cine no es el mismo que el que provoca ver la peli en dvd; que de ser posible no te acompañe a ir de shopping y que si lo hace se saque la careta de embole que es la que se puso tu viejo durante toda tu adolescencia; que solo dependa de su madre para llevarse los domingos las berenjenas en escabeche que le salen tan ricas y que no siga la prehistórica doctrina de su viejo fiel creyente de que la mujer solo nació para ser madre.
La lista se completa con algunos “insignificantes” puntos relacionados con la apariencia física: que sea alto y buen mozo; morocho de ojos claros; no te digo que se vista a la moda pero que por lo menos evite los shorts de poliéster con náuticos y soquetes y –y estabas olvidando- que no tenga otro vicio mas que el fulbacho con los pibes una día que no interfiera con tus planes de pareja. En fin, un pedido nada extravagante.

Las doce. Con la mano acalambrada, le pones el punto final a tu lista. Tomás la copa de champagne que para esta altura esta caliente como negra en baile, cerrás los ojos fuertes -casi al punto de corrimiento de rimel- y visualizas al hombre de tu vida montado en un corcel blanco en el living comedor de tu casa tildando con verdadero o falso el pergamino de atributos que le exigís. Hasta que justo en el momento en que esta emprendiendo la retirada descalificado por mayoría de respuestas falsas, mirás a tu tía – que eligió estar sola aunque ella se lo atribuya al destino- y ahí nomás lo frenas parándote delante del corcel y le propones eliminar algunas exigencias de la lista porque esta vez los 365 días del 2011 te tienen que alcanzar para que en el próximo año solo tengas que pedir salud, dinero y amor pero para el resto de la humanidad.

martes, 4 de enero de 2011

Esta todo bien, no pasa nada

(Texto publicado en Victoria Rolanda el 20 de Diciembre de 2010)

Hace rato que no pasa nada con tu novio y muy por el contrario a lo que ellos creen, en nuestro mundo, cuando no pasa nada es que esta pasando de todo. Asi es que mientras movés la piernita histéricamente y chequeás la carga del tu rayo láser mata-nabos que lo atravesaría sin piedad, deletras la implacable frase: TENEMOS QUE HABLAR.

Faltan algunas horas para que termine tu sábado, que lejos esta de ser uno de súper acción. Es más bien un sábado fotocopia, uno como la mayoría de los que transcurrieron durante el año de relación que llevás con él. Él, que ahora se colgó otra vez jugando al Wonder Boy online con sus amigos íntimos de Singapur.

Como todavía no aprendiste que vos tenés que hacer tu vida, vas viviendo la de él. Entonces, saltás al ritmo del cavernícola tratando de alcanzar las frutas con la esperanza de que te dé una vida más. Una vida como la que soñaste o al menos una propia: propia como tu nombre, como la toalla con tus iniciales bordadas, como el pulóver verde loro que usás los domingos de invierno.

Un mazazo venido de tu otro “yo” harto de la situación, te invita delicadamente a reiterar, antes que él se disponga a pasar al nivel tres, TENEMOS QUE HABLAR.

-Yo sé que nos queremos y que en teoría estamos bien, pero hace unos días, bah, en realidad algunos meses, que hay algo que está pasando que no sé qué es. ¿Vos qué sentís? Contame.

Silencio de radio.

El blondo cavernícola ahora corre de un lado a otro atrapado entre la espada y la pared o entre la cobra y el caracol asesino. Corre agitado como queriendo escapar de la pantalla, de la habitación o del planeta, mientras se pregunta por qué justo a él le vienen con esos planteos, a él que solo quería vivir de la caza y la pesca, arrastrar de los pelos a su hembra y lograr con dos piedras la magia de fuego.
“¿Pero qué es lo que pasa?”, te pregunta muy suelto de cuerpo, así como si estuviera preguntando la hora o cómo está tu gata, cuando sabe perfectamente que está bien, porque no siente ni sufre como la dueña cuando su novio no le da bola. Tan relajado lo pregunta que solo podés responder “está todo bien, no pasa nada”.

Está todo bien, no pasa nada.

Sí, otra vez. De tu peor faceta, la de culebrón barato a lo Luisa Kuliok, emerge la frase que juraste nunca más decir porque reduce un tsunami de reproches e incomodidades a una tímida olita de boludeces pasajeras. Esa frase que usás para no desplegar el papiro de todo lo que te jode, por miedo a que él no quiera escucharlo ni mucho menos solucionarlo.

Pero ya tenés treinta y pico y aprendiste que tenés que respetar tus propios juramentos. Así que frenás tu piernita histérica, desactivás el rayo láser mata-nabos y le decís a tu Wonder Boy -convencido de que puede pasar al nivel siguiente sólo apretando enter- que no sos Wonder Woman y el hecho de que no pase nada es el problema,el gran problema.

Y ahora que el pergamino de cosas por resolver comenzó a desplegarse y que el tsunami no se conviertió en olita, quizás juntos quieran, como el Wonder Boy, aplastar al caracol asesino y atrapar las frutitas que les regale una vida más, una vida como la que soñaron o, por lo menos, una vida de súper acción.