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lunes, 16 de enero de 2012

El Gen de la Mujer Maravilla





Si al nacer, el obstetra nos hubiera palmado la cola y luego nos hubiera susurrado al oído el notición de que nacimos con el mismo gen que nacen diez de cada diez mujeres, o sea, el gen de la Mujer Maravilla, nuestra vida hubiera sido otra o, por lo menos, una sin tantos enemigos internos.

Generalmente no somos inmortales, no lucimos una exuberante delantera ni una cintura de avispa como la de Linda Carter. No vestimos lazos mágicos ni brazaletes invencibles, ni mucho menos tenemos la capacidad de girar y convertirnos en otra mujer. O sí.

“Yo, puedo”, es la frase que nos impulsa a girar las vueltas necesarias para convertirnos en aquella mujer que una vuelta antes juramos nunca más volver a ser. Esa que, con el gen a flor de piel, se vuelve a vestir con el traje de empleada de un trabajo que no quiere, se maquilla de colores para la cita con un fulano que tiene más de villano que de superhéroe, se peina la media cola tirante, tirante para ser buena hija y mejor alumna y se compra tetas de cotillón para levantar más los ánimos que la altura de los breteles.

Si a los treinta y pico te diste cuenta de que tu “yo, puedo” le salva la vida a muchos menos a vos misma, poné los brazos en posición de jarra y agarrate fuerte, porque estás a tiempo de dar una vuelta más y, quién sabe, te convertís en esa mujer que juraste alguna vez ser.