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lunes, 10 de diciembre de 2012

Sábado de mínima acción



Sábado de mínima acción. Plaza, la de la vuelta, tampoco andar caminando tanto. Hora, la misma en que todas tus amigas compran dos por uno de entradas de cine mientras su  príncipe azul elige el combo mas grande de pochoclos presto a chapar en la ultima fila de la peor película en cartel –total, ¿que importa?-.

Mientras pisoteas contra le piso un libro de autoayuda convertido en un Manual de Autoatodestrucción y Ensañamiento de solteras incapaces de llevar una relación a buen puerto chocándola una y mil veces con la misma piedra, digo, con el mismo iceberg, haces un serching con el tercer ojo detectando algún ejemplar de macho arrasador que este libre y no haya sucumbido a ninguna minita que a esta hora esta disfrutando de un simulacro de respiración boca a boca infinito o por lo menos de ciento veinte minutos. Hasta que justo por el camino principal de la plaza, como deslizándose por una pasarela un grandote relleno de anabólicos en sudadera flúo pasea un Pitbull mas trabado que él. A ambos, el mundo les queda a la altura de la cadera y vos con tu metro cincuenta tranquilamente podrías aspirar sólo a darle la mano a Aquiles, su talón amigo. Bien sentadita en el banco del final del camino, te haces la distraída pero sabes que nunca pudiste controlar la curiosidad que te da este tipo de personajes así que sucumbís a la lucha interna y te lo quedas mirando  en todo su recorrido. Pensás que si te lo hubieras ganado en una quermés, seguramente se lo regalarías sin pensarlo a la primera fisicoculturista que pasara por ahí. Además tiene el tupé de pasar por delante tuyo como desfilando por las escaleras romanas de la Plaza España con falso Versace y botas texanas mientras te pregunta la hora justo en el minuto en que decidís hacer justicia y le respondés -alzando el cogote para sumar altura- que no tenés reloj de ningún tipo: ni de pulsera, ni de celular, ni solar, ni de arena. Que lástima perdiste tu única oportunidad de conocerme y te pasó por trabado o tarado –pensás mientras haces un esfuerzo por adjetivarlo de la peor manera pero no te sale porque hoy te levantaste benevolente-. Conclusión final del encuentro: ¡olvidate! nunca saldrías con un tipo así.

Ahora no tenés nada que leer ni nadie con quien hablar, así que solo resta seguir con tu mirada láser de Guardién del Espacio a tu cuzquito – o sea, tu perrito sin marca- hasta el infinito y mas allá.
En el preciso momento en que la tarde se vuelve un letargo insoportable ocurre algo del tercer tipo, un caso digno de ser investigado por José de Zer y Fabio Zerpa juntos: tres perros más allá –o sea a una distancia de casi diez metros- alguien realiza el mismo movimiento que vos pero en espejo, o sea, vos te acomodas el pelo con la mano derecha mientras cruzás la pierna izquierda y él se acomoda el pelo con la mano izquierda mientras cruza la pierna derecha – necesité desarrollar en detalle la idea de espejo, si fue redundante, ruego me dispensen-. Él, un ser opuesto a vos –biológicamente hablando tratando de evitar adjetivarlo vengativamente solo por ahora- realiza con timming preciso los mismos movimientos que vos, claro que algo así no pasa todos los días y entonces ese masculino mas singular que nunca se recorta del letargo para prometer, por lo menos hasta el momento, la anécdota haber sido testigo de un milagro inesperado. 

El OMNI –Objeto Masculino No Identificado- viste un llavero móvil a la altura del pasto ¿O es el perrito del enano de la Isla de la Fantasía? ¡Ah, no! es un Caniche de ladrido soprano que hace las veces de espantapájaros y espantamujeres también porque al dueño se lo ve solito mi alma leyendo un libro cuyo título no alcanzas a ver- y como la tarde se pasa y la vida también pensás que es tu oportunidad de sacarle conversación.
Te acercas fingiendo una futura compra al Pirulinero estacionado justo a su derecha mientras que el universo conspira a tu favor cuando decide que la viejita a su izquierda se levante dejando libre ese banco de plaza con forma de butaca de cine que espera ser ocupado por alguien como vos presta a chapar justo con alguien como él, varón de pocos pelos peinar.
- ¿Cómo se llama?
- ¿Perdón?
Te pido por favor que no pidas perdón en la primera cita porque ya empezamos mal -pensás-, te bajonea la gente que pide perdón por todo salvo que Perdón sea el nombre del llavero con patas.
- Digo, que si tiene nombre -le preguntás mientras señalás a su mejor amigo y estoy hablando del perro-.
- Perdón, Tatu, se llama, Tatu como el enano de la Isla de la Fantasía.
Estuvo demás la aclaración –seguís pensando- pero él no tiene porque sabe que viste todas las series ochentonas y noventosas habias y por haber porque preferías eso a salir con las nabas de tus amiguitas que solo pensaban en maquillaje y bandas pop de pacotilla.
Pero sigue habiendo algo que no te convence , en menos de dos frases pidió más perdón que toda la iglesia cristiana en estos últimos dos mil años, la verdad que no le esta poniendo onda a la conversación aunque sólo hayan cruzado dos palabras o la realidad es que hoy tenés fiaca y pocas ganas de remontar una conversación que intuís que se va a quedar en la plaza, al lado del pirulinero que ya grita su habitual ¡lloren chicos, lloren!.
Asi que antes de que se te piante un lagrimón, preferís teñir tu lengua del habitual rojo pirulín y acariciar a tu cuzquito –fiel perro sin marca- que trae en el hocico los restos de tu querido libro de autoayuda, ahora, ex Manual de Autodestrucción.