Ya sé que no tiene nada que ver con la edad.
Todos me lo recuerdan de alguna manera. Sobretodo cuando este blog se llama
como se llama. Pero es evidente que no fuimos las mismas a los diecipico, ni a los
veintipico que a los treintaypico y tampoco lo serenemos en las edades venideras,
porque si antes te sentías una adolescente arrolladora y sabelotodo, a los veinte una
revolucionaria imparable a los treinta te sentís una duda con patas pero con una
sola certeza: que el tiempo pasa y solo sabes que no sabes nada.
Parece que no pero sí. La duda se escurre sigilosa por las hendijas que
creíste ingenuamente, haber sellado con años y muchas, muchísimas sesiones de
terapia. Silenciosa se arrastra por los polvorientos pisos de tu conciencia
hasta que un día de fin de semana, que suelen ser esos días en donde el ocio se
transforma en un inmanejable muñeco de trapo, aparece ella y te dice: Hola,
soy la Duda y vine a quedarme. No te hagas problema por mí, me arreglo en el sillón,
no tengo frío ni calor, no bebo y solo me alimento de vos, tus inseguridades y
de las preguntas que nunca quisiste responder, o sea: ¿Que carajo quiero ser o hacer de mi vida?
Mientras se acomoda en tu hermoso sillón, repletísimo de almohadones
multicolores, tu gata sale despavorida y ya quisieras tener sus habilidades para
seguirla por los tejados, pero como lo hiciste muchos años, te parece que es
hora de que te sientes cara a cara con Ella, que hasta se ve medio viejita desde
la ultima vez que apareció y le propones hablar a culotte quitado -o tanga o
vedetina o bombachudo, lo que sea que uses-.
Así es que por primera vez en tu vida le propones o, mejor, te propones
hablar con la verdad, con esa verdad que deja al descubierto que no te hiciste
cargo de vos y de lo que te pasaba en lo mas mínimo. La verdad, le decís, es
que quiero ser y hacer un montón de cosas y solo me sale lo contrario, absolutamente
todo lo contrario.
Mientras la Duda mira por la ventana como se aleja tu gatita,
ríe, en tu mismísima cara, se ríe y se pone descaradamente más rozagante, como
mas joven y lozana, como alimentada por ella misma y también por la Contradicción
que sigilosa entró sin llamar a la puerta y se acomoda en tu puff rojo pasion.
De repente sos parte de un ménage à trois en donde nadie te pregunto si
te copaba la idea, pero como parece que el fiestorro es imposible de parar, no te queda otra que abrirte
paso en el sillón, acomodarte como si fuera el diván de tu psico y proseguir
como si ellas te hubieran preguntado: ¿Y vos que pensás de esto, como lo podes
relacionar?
Es ahí cuando te colgás nuevamente de la soga de la autocompasión para
cruzar y esquivar el arroyo desquiciado de la verdad y le decís a las dos que no
es tan fácil encontrar la respuesta y que si la tuvieras, hoy no estarías en tu
casa acorralada por dos entrometidas como ellas. Pero la soga queda corta y
entonces la caída libre al arroyo te hace confesar que sí, que lo podes
relacionar con algo o en realidad con nada, que es lo mismo. Justamente La Nada,
ese vacío que te provoca el abismo debajo de tus pies que nace del hecho de hacerte
cargo de la vida que querés realmente tener y no de la que alguna vez pensaste
que era la correcta o que te hicieron pensar y te la creíste. O sea tomar las
riendas del caballo desbocado de la duda y la contradicción y dejarte de joder
de una vez por todas.
Justo en ese momento, cuando gritaste esa ultima frase, tu gata te
escucho y volvió porque le sonó a orden y ella cuando le dan una orden, obedece.
La Duda y la Contradicción, se miraron, miraron a la gata, te miraron y te dijeron: que fabuloso sería si vos
obedecieras tus propias ordenes así como lo hace tu gata, eso es todo por hoy.
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