(Texto publicado en OhMyDog Junio/Julio 2011)
Invierno otra vez y tu sensación dérmica indica un gélido bajo cero. Aunque, tu perro y tu gato, te hacen de osos de peluche, sentís que necesitas urgentemente unos brazos grandotes o unos chiquitos pero juguetones que te ayuden a que la hibernación sea un poco más cálida. Teniendo en cuenta que desde el último invierno a esta parte no conociste ni una mano que te choque los cinco, las probabilidades de que encuentres lo que buscas en pocos días son bajísimas. Así es que si te preguntas como revertir la situación, no se si acá vas a encontrar la respuesta, pero que las hay… las hay.
Ya te gustaría emigrar hacia el hemisferio del mapamundi en donde el calor le quita la remera hasta el más recatado. Pero si no te quedan días para pedirte, tus ahorros solo te alcanzan para un pasaje a Las Toninas o sos Dueña y tu mega empresa -como un recién nacido- te pide la teta cada media hora, no te queda otra que desarchivar el vestuario mas abrigado, rezar para que no haga mas frío que el año pasado y enfrentar algo que te preocupa de verdad: otro invierno mas y los únicos que te dan la bienvenida en tu casa y sobre todo en tu cama son Peter y Coca. Aunque tus amigos hombres afirman que es el trío perfecto, sin dimes ni diretes, vos comenzás a necesitar algo más.
Y eso que no estás hablando de necesitar al príncipe azul, porque tanto la vida como tu vieja se encargaron de demostrarte que el último ejemplar de la especie destiñó y de su costilla nacieron todos los demás. No. Solo pedís alguien que al menos deje menos pelos en la cama que tus mascotas, te contradiga –solo lo necesario para reafirmar tus creencias y darle un poco de acción a tus días-, le guste hacer cucharita -solo cuando hace frío, nunca en verano- y que cada tanto se le escape un “te quiero” en lenguaje humano.
Todo muy lindo y romántico, pero ¿como se hace? -te preguntás-. Entonces haces uso sin abuso del sentido común -que es el menos común de los sentidos- y pensás que quizás sea el momento de volver a beber de la fuente inagotable de las técnicas de seducción que a los veintipico te dieron tantas satisfacciones y que incluso, fueron inspiradoras para tus amigas que –dicho sea de paso- no paraban de contabilizar tus citas con palitos agrupados de a diez en la pared de tu habitación debajo del póster de Patrick Swayze.
Para muestra, un botón. Una noche volvías de la facu en tren y te subiste a un vagón que estaba deshabitado por completo, salvo por él. Entonces luego de dirimirte entre hacerlo o no, respondiste sin contradecir a una fuerza extraterrena o intrauterina que te obligó a sentarte justo a su lado. Un apuesto morocho de rulos, claro ejemplo de que existe vida en otros planetas. Abrigado con un montgomery verde militar y desabrigado con un jean gastado justo a la altura de una hermosa rodilla peluda que confirmaba lo que su dueño estaba leyendo en unos apuntes: “El Objeto A, es el objeto causante del deseo”. Y vos bombonazo con tu rodilla pelilarga, sos el causante del mío –pensaste-.
Ya te hubiera gustado que la próxima parada sea en un restó con cena para dos, pero solo faltaban dos estaciones para que la vida otra vez los vuelva a separar –como si alguna vez hubiera habido una primera-. Así es que hiciste un claro abuso de una de las técnicas más antiguas de seducción de la humanidad –por lo menos desde que se inventó el reloj a esta parte-. Mientras escondías tu celular, tu reloj pulsera y todo lo que pudiera dar hora, en un nefasto ejemplo de sobreactuación, formulaste la pregunta que terminó haciendo pogo contra las paredes de un vagón que mágicamente seguía vacío. En un rapto de sagacidad, él contestó que sí, que tenía hora, pero no te dijo cual y a vos te pareció súper original el chiste –o por lo menos, fingiste que fue una humorada inédita, jamás hecha en la historia de la humanidad-.
Faltaba solo una parada y entre pulsiones, Lacan y bueyes perdidos, lo invitaste a salir y así fue en varias ocasiones. Hasta que –como pasa siempre en el mundo real- extrañamente, cuando tenes lo que querés, dejas de quererlo. En poco tiempo, le confesaste que sus chistes nunca fueron tan buenos y rápidamente cambiaste el tren por el bondi sin abandonar –como hasta hace unos largos años- tu costumbre de preguntarle al más guapo de los pasajeros por la hora, la sensación térmica o, simplemente, si cree en el amor a primera vista.
Ahora tu casa se siente mas helada que nunca no solo por la obvia ausencia de un Objeto A y de un Sujeto X capaz de entibiarla sino porque otra vez la estufa no funciona. Mientras te abrigas como para una excursión en el Perito Moreno solo para no morir congelada dentro de tu propia cama, pensás que a esta altura no te animarías a preguntarle la hora ni a tu propio reloj. Sencillamente –o no tanto- porque ya no peinas hopos ni tenes veintipico, tu cara no es tan dura como antes y tiene muchas mas caretas que las que te gustaría. Pero el invierno recién comienza así es que queridas chichipías nunca digan nunca, café con torta frita y Good Show.